9/3/14

El tabaco

Yo empecé a fumar muy pronto, el primer cigarro tuvo que ser a los doce años (🐏). Como todos, fue una tontería entre chiquillos. Una amiga de verano había robado unos pitillos a su madre y cuando nos dejaron solas, lo probamos. Vaya cosa más asquerosa. Picaba, dejaba mal sabor de boca, pero molaba. Era de mayores. Me iba hacer enrollarme con los chicos más guapos, eso era seguro. No sé cómo ni por qué, pero calculo que fue el verano del 93 cuando empecé a robarle Winston a mi madre y a fumarlos en el baño. Sí que me enrolle con algún chico, pero imagino que fue más por mi precoz desarrollo que por escupir humo. 
Pasó el tiempo, y fumar entre la gente de mi edad era de lo más común. Cuando mis padres me pillaron, ambos fumadores, no me dijeron nada, así que poco a poco el consumo fue aumentando. En alguna ocasión, sin motivación alguna, intenté dejarlo. Pero lo cierto es que si la juventud te nubla la mente, el alcohol de los fines de semana y el mono de nicotina, hacen un cóctel difícilmente superable. Siempre caía. Más años. 
El 2003 estuve casi todo el año sin fumar, casi lo tenía. La boda en noviembre no fue excusa para volver, pero yo así la usé. Mi marido fumaba, y no poco, así que no había nada que lo impidiera. Ya iba por más de un paquete al día, y tenía 23 años. 
Un domingo de hace ocho años me harté🙅. Una lucecita se me encendió en la cabeza, y cuando volví de vacaciones de verano dejé el tabaco. No diré que fue fácil, siempre cuesta, pero lo cierto es que fue de las más fáciles. Lo tenía cristalino. No tenía ganas de bajar a por tabaco, de sentir esa necesidad de tener algo en mi bolsillo, en mi mano. Parecía imposible, pero me había hartado de fumar.
Hoy es nueve de marzo de 2014. No he vuelto a fumar. Alguna calada ha caído desde entonces, pero le tengo pánico al tabaco. Sé que soy adicta, parece una palabra muy grande para hablar sólo de tabaco, pero es que es muy fácil volver. Y cuando vuelves, es terrible salir. Odio el tabaco, hay quien me llama talibán, pero han pasado ocho años sin fumar, y cuando sales de cena con los amigos, te tomas una copa, te relajas, todavía acecha la necesidad. No puedo soportar esa sensación, una especie de tentación perenne. Tengo 33 años y he pasado casi la mitad de mi vida fumando. Ahora me tendré que pasar el resto de mis días luchando por no volver.
Y todavía hay quien cree que siendo fumador se es más feliz.

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